Molino de viento Romeo y Julieta. Sobre lo fulminante en las torres.

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“El más hermoso espacio interior: la Catedral de San Esteban ¿he dicho algo viejo? Pues mejor. No puede repetirse lo suficiente: tenemos el espacio eclesial más solemne del mundo. (…)  el espacio fluye sobre uno, de un modo tal que se…  Ya veo que no puedo expresar cómo envuelve. Pero quizás cada cual haya observado el sentimiento que le capta cuando, después de atravesarlo va por la calle. Es más fuerte que la Quinta de Beethoven. Y ésta dura media hora. San Esteban solo necesita medio minuto”.

Adolf Loos, La Viena descubierta, 1907

Loos nos da en este fragmento una lectura de la catedral de Viena desde un punto de vista tan específico como poco frecuente: el tiempo necesario para captar sus cualidades. Quizá de soslayo reconoce que hay obras que se imponen de un modo especial por lo fulgurante de su percepción. Por la intensidad con la que transmiten su mensaje. En un momento. Sin dar tiempo ni a respirar. Casi como un relámpago, una visión reveladora. Una aparición.

Hay edificios que tienen esta cualidad hipercondensadora, de alto voltaje. Entre ellos quizá de un modo indudable algunas torres. En ellas se puede transmitir toda una forma de entender el mundo en el tiempo que tarda nuestra mirada en recorrerlas de arriba abajo.

Y esto a pesar de que, después, la descripción de las impresiones, en caso de ser posible del todo describirlas, pueda extenderse durante páginas. Aunque después el mensaje pueda ser desmenuzado, elaborado o puesto en relación con otras cosas.

Es algo que no puede dejar de ser tenido en cuenta por quien se plantea el diseño de una torre. Y debe ser tenido en cuenta al tiempo que todos los demás fortísimos condicionantes que la caracterizan, incluido el condicionante estructural. Dicho claramente: tan importante es determinar el mensaje que la torre transmite y hacerlo consciente que lo hará en centésimas de segundo, como determinar claramente de qué modo la torre va a mantenerse en pie. Es más, para que estemos hablando de una verdadera obra de arquitectura las dos cosas y otras muchas que se les puedan añadir, deben formar parte de una misma unidad. Todas las preguntas deben estar contestadas con una sola respuesta.

Un ejemplo iluminador de lo que intento explicar es el molino de viento “Romeo y Julieta” que Frank Lloyd Wright construyó en 1896.

Este molino es uno de los primeros trabajos de Wright. Fue realizado por encargo de dos tías suyas, maestras, para bombear agua corriente hasta la escuela local de Spring Green, en Wisconsin.

Wright cuenta cómo la propuesta de este molino choca contra la opinión familiar de construir un molino con una estructura de barras de acero. De hecho sus tíos eran partidarios de encargar el diseño del molino a algún ingeniero de Chicago. La propuesta de Wright, algo más cara, convenció a sus tías. El resultado es el molino “Romeo y Julieta”, como lo llamó el propio Wright.

Este mismo molino será reaprovechado años más tarde para llevar agua hasta el primer Taliesin, situado cerca de allí.

“Este molino, elevándose por encima de los árboles circundantes, es la combinación de un principio de trabajo y una expresión artística. Los tirantes verticales metálicos están anclados en una profunda cimentación de piedra como las raíces de un árbol en la tierra. La superestructura de madera, atornillada a esas varillas, hace la estructura entera tan inexpugnable como un barril. Romeo, la proa, se encara en la dirección de los vientos fuertes; mientras que la torre de observación, Julieta, se abraza segura a él. Esta temprana obra de arquitectura-ingeniería ha sobrevivido largamente a los escépticos residentes del valle que, tras cada tormenta, salían a sus puertas para ver si la torre estaba aún en pie. Está, después de sesenta años, derecha, esbelta y elegante como el día en que fue construida”

“Romeo, como podéis ver, hará todo el trabajo y Julieta lo abraza para ayudarlo y animarlo. Romeo se coloca contra la ráfaga y Julieta entretiene a los niños. Dejémoslo aquí, ningún símbolo debe llevarse demasiado lejos.”

Frank Lloyd Wright, Autobiografía. Traducción libre.

 La estructura es mecánica y poética

Colocado en la cima de la colina, el molino es como un árbol. Es, creo, uno de los pocos edificios de Wright que se coloca directamente en la cima de una colina.  Toma las fuerzas del aire, se estira erguido y desafiante contra los vientos y transmite esa fuerza a la tierra, a través de una cimentación que trabaja virtualmente siempre a tracción y a través del eje del molino, que mediante esa fuerza logra impulsar el agua bajo tierra, lejos, a través de  los conductos.

Pero este molino además permite extender la mirada hacia el aire. Dominarlo. Una escalera sube por el tambor del octógono hasta un mirador. Es una escalera de las que Bachelard dice que siempre suben. Desde allí se establece una relación de dominio y  se esparce la vista. O el sonido. Existen pues dos movimientos. De arriba hacia abajo, del aire a la tierra y también el contrario de la tierra al aire.

Este recorrido del pensamiento y de la mirada de arriba abajo y de abajo a arriba nos da otra lectura superpuesta. Lo que en la base empieza siendo uno, con la macla del rombo y el octágono, acaba siendo dos. Lo que en el cielo empieza siendo dos acaba en el suelo siendo uno. El nombre que el propio Wright puso a su molino nos insinúa quizá ser en cierto modo imagen de la relación entre personas y en concreto entre el hombre y la mujer. Una simultaneidad entre individualidad y complementariedad.  Dos y uno a la vez. Pero si el propio Wright no quiso ir más allá en los simbolismos no seré yo el que vaya. Cada uno que sueñe con lo que crea.

Todo esto queda transferido o al menos insinuado en el primer vistazo al molino.