Liturgia del habitar. Paladeando el tiempo.

altar

Jorn Utzon. Casa Can Lis en Porto Petro. Mallorca.

 “La región de Yucatán es una planicie cubierta por una selva inaccesible de altura uniforme y definida. En esta selva, los mayas vivían en villorrios rodeados de pequeñas parcelas de terreno despejadas de árboles para dedicarlas al cultivo y teniendo como fondo, y también como techo, la jungla calurosa y húmeda. No existían largas visuales ni era posible realizar movimientos hacia arriba o abajo.Al introducir el uso de la plataforma con su nivel superior ubicado a la misma altura que las copas de los árboles, los mayas descubrieron sorpresivamente una nueva dimensión de la vida, consonante con su devoción a los dioses. Sobre estas altas plataformas -muchas de las cuales tienen una longitud de cien metros- construyeron sus templos. Desde allí tenían acceso al cielo, las nubes, la brisa y a esa gran planicie abierta en que, de pronto, se había convertido el anterior tedio selvático. Gracias a este artificio arquitectónico cambiaron totalmente el paisaje y dotaron a su experiencia visual de una grandeza sólo comparable a la grandeza de sus dioses.” [1]

Las plataformas aztecas de la península del Yucatán suponen, respecto a la espesa, oscura, tupida selva que las rodea, un acontecimiento arquitectónico de primer orden que lleva al visitante a un mundo nuevo, en el que sólo existen las nubes, el cielo y el horizonte.

Exactamente en la misma situación que las plataformas del Yucatán se sitúa su casa en Porto Petro. El que llega a la casa por la carretera lo hace envuelto en una maraña vegetal de pinos y mirtos que cortan las miradas largas. No es posible adivinar que abandonando la carretera y caminando unos pocos metros la vegetación cesa para revelarnos que nos encontramos en una grandiosa plataforma rocosa, a veinte metros sobre el nivel del mar. Justo en el punto donde cesa la vegetación y se descubre el horizonte se sitúa la casa. El cambio total que en las mesetas del Yucatán se realiza mediante un movimiento vertical se realiza aquí en sentido horizontal. El lugar es en sí una plataforma. No es necesaria su creación.

En este límite se produce por tanto el ingreso en un tiempo nuevo y distinto, dispuesto a ser moldeado. Un corte de amarras.

“Este debería ser nuestro punto de partida: trasladar las reacciones inconscientes hacia la consciencia. Cultivando nuestra capacidad para percibir estas condiciones y su influencia en nosotros, al estar en contacto con el entorno, encontramos el camino hacia la esencia de la arquitectura. (…)

Es necesario tener una sana visión de la vida. Entender el concepto de lo que sig­nifica caminar, sentarse y tumbarse cómodamente, disfrutar del sol, la sombra, el agua contra el cuerpo, la tierra y todas las sensaciones menores. El bienestar debe ser la base de la arquitectura, si se quiere alcanzar la armonía entre el espacio que se crea y lo que en él va a desarrollarse. Resulta simple y muy razonable.(…)

El camino para lograr una arquitectura diversa y humana pasa por entender la inspiración que existe detrás de cada expresión humana, por trabajar en base a nuestras manos, ojos, pies, estómago, en base a nuestros movimientos y no en razón a normas estáticas y reglas creadas estadísticamente”[2]

En condiciones normales la vida transcurre de manera inaprensible. El tiempo se asimila a un paisaje sórdido, banal, en el que nada toma relieve, nada escapa al normal acontecer. Para Utzon el papel del arquitecto es el de un especialista en llenar de valor al tiempo introduciendo en el mundo de la consciencia los actos del habitar. Ocurre entonces que el tiempo toma relieve, se vuelve accidentado, placenteramente accidentado, calculadamente accidentado. Ese tiempo ya no se desliza anónimo y desconocido sino que, lleno de cualidades, roza a las personas. Tantas cualidades tiene que sería necesario más tiempo para percibirlas todas. Y es entonces cuando el tiempo parece pasar más lentamente, como un gato que se restriega contra nuestras piernas, zalamero, haciéndose notar. Cada acto del habitar toma una importancia y una riqueza que  llena el tiempo y lo hace caminar pesado, durmiéndose en cualquier rincón. El simple acto de sentarse al fresco, de pisar descalzo una losa de piedra debe ser puesto de manifiesto y, en palabras de Federico Soriano remedando a García Lorca, darle “derecho de arquitectura”. Derecho de  ser introducido en el mundo de la concreción y la consciencia.

Por eso en Can Lis los muebles no son muebles. No se mueven. Son de piedra, como el resto de la casa. El mueble es siempre, antes que un útil, el altar de las acciones. Los muebles que no se mueven, están marcando una manera determinada de realizar una acción, con una luz, una disposición y en este un mar y un horizonte. Los muebles no móviles de Can Lis son el lugar en el que las personas se disponen para percibir el roce del verdadero tiempo. Son definitivamente altares.

Por supuesto eso comporta cierta restricción. Hay que sentarse ahí y no en cualquier otro sitio. Pero merece la pena. De todos modos nada impidió a Utzon coger una silla y sentarse donde le dio la gana y posar para que le fotografiaran. Faltaría más. Y es que una vez construida la casa se puede ir rastreando lugares no previstos en los que el tiempo se queda dormido.

Podríamos decir que los duros e inmóviles muebles de la casa en Porto Petro de Utzon son ganchos para detener el tiempo.

Utzon corta las amarras del tiempo, nos sitúa en un tiempo nuevo y sagrado, un tiempo lleno de unción y duración, una liturgia del habitar.


[1] Utzon, Jorn, “Plataformas y mesetas”, Cuadernos Summa/Nueva visión, nº 18, Buenos Aires, 1969.

[2] Utzon, Jorn, “La esencia de la arquitectura”, en Jaime J. Ferre Forés, Jørn Utzon. Obras y proyectos, Barcelona, Gustavo Gili, 2006