Objeto 1. Lápiz.

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“El sueño de un arquitecto es no ser necesario”.[1]

La mayor parte de nuestros objetos se resisten a desaparecer. Cuando ya no nos dan nada, aún nos dejan un cadáver. Cierta presencia. Un cascarón en el que hasta ahora se alojaba una función. El lápiz, por el contrario, lleva en sí mismo su desaparición. Su tiempo es un tiempo en extinción, tras el que no existe resurrección posible. De todos los objetos que hay en la mesa es el único, la excepción, cuya historia termina en ella y no puede continuar de otro modo. No hay continuidad posible. Es un corte brusco, una desaparición absoluta.

Pocos objetos tienen la capacidad de irse como lo hace el lápiz, de un modo tan perfecto y radical. La mayoría nos convierten en herederos de ruinas y nos obligan a decidir qué hacer con ellas. Nos obligan a gestionar una memoria. El lápiz simplemente desaparece. Su única herencia son líneas, bocetos, notas, rastros débiles como sombras con tendencia también a desdibujarse.

Dice Álvaro Siza que el arquitecto aspira a no ser necesario, a desaparecer. Lo mismo podría decirse de otras profesiones. Del profesor, por ejemplo, y también del que educa. El éxito de los tres es llegar a ser innecesarios. Realizar su trabajo, esbozar un futuro, dejar entregadas una guías, unas líneas directrices y desaparecer.

Quizá sea esta imagen, la del lápiz, la que mejor resume lo que deberían ser las aspiraciones de esas tres profesiones que, por otra parte, son las que hoy por hoy practico.


[1] Palabras pronunciadas por Álvaro Siza en la inauguración de una exposición retrospectiva suya en Matosinhos, Portugal. Recogidas en un artículo de Carles Muro en

Molteni, Enrico, Álvaro Siza. Barrio de la Malagueira, Évora, Barcelona, 1997, Edicions UPC, p. 7.